17 octubre 2005

Historias Espirituales de Jorge Conejo I

Azarías, adepto primerizo, recibió las enseñanzas de su maestro condensadas en una máxima: "La solución a todos los problemas está en ti mismo. Busca en tu interior." Tras cinco años de meditación, creyó haber alcanzado su comprensión perfecta y así se lo comunicó al maestro. Para su espanto, éste se echó las manos a la cabeza y casi gimiendo le dijo: "Lo has entendido todo mal, todo al revés. Lo que yo quería transmitirte, Azarías, era que la causa de todos los problemas está en ti mismo. Olvídate de ti."

Azarías, turbado, abandonó a su maestro y permaneció otros cinco años en soledad, meditando. A la postre, decidió que la primera enseñanza había sido la correcta y que era su maestro el que estaba equivocado, y no él. Decidió encontrarse con él y explicárselo. El maestro recibió a Azarías con una sonrisa, que fue en aumento con sus explicaciones hasta estallar en una carcajada que sorprendió al adepto: "Tal y como yo quería, has hecho verdaderamente tuya mi filosofía. Al creer que había surgido de ti y no de mí, la has interiorizado de una forma imposible de conseguir por otros medios".

Azarías abandonó de nuevo a su maestro y durante años vivió feliz, agradeciendo cada día la gran sabiduría que había recibido. Pero una duda fue surgiendo en su mente, hasta que sintió la necesidad de ver de nuevo al maestro. En sus meditaciones le había dado por pensar que, al igual que el maestro le había dado una máxima falsa y él la había rechazado, otros adeptos podrían haberse extraviado. Si esto había sido así, su maestro había obrado mal. Con esta idea en mente, se presentó de nuevo ante él, pero en esta ocasión no fue recibido con sonrisas. Pronto la discusión se agrió y Azarías, enfadado por la negativa de su maestro a admitir cualquier error por su parte, le preguntó: "¿Qué máxima estáis aplicando en nuestra discusión? Si fuera la que me enseñásteis, estaríais de acuerdo conmigo". Entonces el maestro se levantó, rodeó con su brazo los hombros de Azarías y le susurró: "Ninguna, hijo mío; ninguna. Los hombres inteligentes no creen en panaceas. Saben que cada problema que se presente tiene muchas soluciones, y se esfuerzan por encontrar la más apropiada o la más factible."

Así fue iluminado Azarías.

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